La Arquitectura del Territorio del Valle Sagrado

Asistimos en estos días, a través de los medios de comunicación, a la información que da cuenta de los desastres que ha ocasionado el huracán Harvey en la ciudad de Houston. La fuerza de la naturaleza es implacable; la Humanidad está destruyendo su propia casa.

Un colega nos comentaba hace unos días en la radio, que vivimos en un medio artificial, que por más que pensemos que la naturaleza se incorpora en nuestro hábitat, éste es el resultado de la mano del hombre. Aquí está el punto en cuestión: cómo encaramos este equilibrio entre la necesidad del hombre de desarrollarse y el manejo de la naturaleza.

Es oportuno hablar en esta entrega, sobre una lección que nos han dejado los originarios peruanos en la ocupación de su territorio cuando conformaron el Imperio Inca. Si recorremos personalmente o a través de la virtualidad el Valle Sagrado que rodea a la ciudad de Cusco, vemos que podemos aprender muchos de los valores que hemos perdido a lo largo de estas últimas décadas.

El Valle Sagrado se desarrolla a lo largo del río Vilcanota-Urubamba y comprende los poblados de Pisac, Calca, Yucay, Urubamba y Ollantaytambo. El río une en su trayecto a dos de sus montañas más sagradas para aquella civilización precolombina, como son el monte Ausangate y el pico Salcantay. Según la National Geographic, el Vilcanota-Urubamba era un río sagrado para la cosmovisión de los incas, quienes veían en su curso de agua la contraparte de la Vía Láctea.

Es oportuno mencionar que transitar el Valle Sagrado es parte del camino obligado que todos los turistas hacen para llegar a la ciudadela de Machu Picchu. Al recorrerlo, nos encontramos siempre con la presencia del río, que se desplaza entre amplias áreas de cultivo y laderas con empinadas andenerías (las terrazas de cultivo de la zona). Las montañas que se encuentran a su paso, poseen imponentes ruinas de ciudadelas fortificadas y, en su cima, nieves perpetuas.

Resulta sorprendente admirar la fusión que se produce en este medio natural con su cultura. La naturaleza y el hombre han logrado el equilibrio perfecto en el ideal de la sustentabilidad. La vida material y espiritual encajaron perfectamente en este Territorio y produce asombro cuando lo recorremos. Una emoción nos embarga al comprender que la Humanidad deberá volver a tener en cuenta ese paradigma de ocupación del suelo de los originarios, si es que quiere salvarse de su propia autodestrucción.

El arquitecto Ruben Gazzoli (uno de los impulsores del Plan de Ordenamiento Territorial del Gran Catamarca que ya mencionamos en una entrega anterior), señala que los ejemplos de ocupación del Territorio, como el del Valle Sagrado en Perú, forman parte de los valores de América. A éstos los descubrimos viajando por nuestro continente, ya que si visitamos Europa solo vemos lo que nos enseñaron desde chicos.

La reflexión de Gazzoli tiene que ver con la crítica a la mirada “eurocentrista” que tenemos incorporada en nuestra educación y que señala Claudio Caveri en “Ficción y realismo mágico en nuestra arquitectura”. A propósito, hay una célebre frase que recuerda a Caveri y que nos permite adentrarnos en este fascinante viaje por nuestra realidad natural y cultural: “No hay pensamiento sin suelo y que no hunda los pies en su lugar… y la tierra es lo rugoso”.

Lamentablemente, luego de la conquista española, todo el legado de los originarios que ocuparon nuestro suelo fue prácticamente desbastado. Por eso resulta difícil ponernos a debatir desde este lugar también. Y aquí tiene un papel importante la Academia. En la futura carrera de Arquitectura que se crea en la Universidad Nacional de Catamarca, estudiantes y docentes, tenemos la oportunidad de contar con un espacio para construir pensamiento sobre la necesidad de plantear nuevos paradigmas en la Arquitectura del Territorio, considerando la cosmovisión de nuestros ancestros Latinoamericanos.

Quizás, se podrá decir que tomar el ejemplo del Valle Sagrado para ponernos a pensar la Arquitectura del Territorio resulta algo pasado de moda. Creemos que no es así. Por caso, deberíamos ponderar el trabajo que viene haciendo la ciudad de Rosario (que junto a otros municipios que conforman el área Metropolitana), toman al río Paraná y a sus afluentes como un hecho físico fundamental para planificar su realidad urbana.

Rosario nos da una gran lección de cómo respetar la naturaleza, sobre todo luego de ver los desastres que se han producido en la ciudad de La Plata con las inundaciones del año 2013, que han demostrado el colapso de una desacertada ocupación del suelo.

El Territorio es un sistema complejo. Como dice Fernando de Terán, en su libro El Problema Urbano: “Asistimos a un enorme y veloz aumento del tamaño de las ciudades y las repercusiones que ello provoca en las relaciones entre ellas y los territorios que las rodean. De ambas clases de fuerzas se derivan también los graves problemas que el fenómeno está produciendo en la ciudad y en el territorio: hacinamiento, especulación del suelo, congestión circulatoria, escasez de viviendas, contaminación atmosférica, desintegración social y violencia, deterioro ambiental, dispersión de desechos y vertidos contaminantes, destrucción del paisaje natural”.

La mención, al comienzo de esta nota, de la ocupación del Territorio por los originarios del Valle Sagrado, en esa sana fusión entre la naturaleza y el hombre, nos lleva a recordar a Luis Caravati, quien entendió lúcidamente el medio natural y cultural cuando se instaló en el Valle Central, dando lugar a una producción arquitectónica que logró la síntesis del objeto con el lugar y que llevaría a que nuestra ciudad contara con un tácito Plan Urbano Ambiental. Lo hemos logrado en otra oportunidad. ¿Estamos a tiempo todavía de reciclar aquel paradigma?

Basilio Bomczuk.

Nota publicada en la Revista Express, en su edición del 3 de septiembre de 2017.

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