La lección del Louvre

El acceso al Museo del Louvre
El acceso al Museo del Louvre

Días pasados salió publicado en un matutino nacional un artículo recordando el aniversario número 20 de la Pirámide del Museo del Louvre. Se menciona este edificio del arquitecto I.M. Pei para destacar cómo los franceses supieron incorporar arquitectura contemporánea en un conjunto ecléctico y que sirvió para resolver un viejo problema de acceso y organización funcional.

Para los lectores que no conocen esta intervención arquitectónica les contamos brevemente su historia:

Hasta el año 1989 el Louvre fue un palacio devenido en museo cuatro años después de la Revolución Francesa. Era cualquier cosa menos una estructura coherente. Al palacio real, fundado por Carlos V el Sabio (1338-1380), se le sumaron nuevas alas y ampliaciones que concluyeron con el completamiento de las principales fachadas durante el siglo XIX. Un verdadero pastiche histórico que suele leerse como una unidad, porque todo parece «viejo»

Hasta que en 1989, coincidiendo con los 200 años de la Revolución francesa y por iniciativa del entonces presidente francés Francois Mitterand, se inauguró la remodelación del viejo museo parisino siguiendo las directrices del proyecto del arquitecto Pei.

Como recuerda el matutino, en su época, no fueron pocas las voces que se alzaron contra la obra. «Inapropiada intromisión en una obra maestra de la arquitectura», «diseño que hace mal a la vista» o, simplemente, «adefesio» fueron algunos de los adjetivos que recibió la nueva empresa. Veinte años después, el éxito de la Pirámide es la postal más característica del Louvre.

Viejo y contemporáneo

En nuestras ciudades muchas veces se derriban edificios para construir otros con una menor calidad de terminación. Y a veces se producen verdaderas mutilaciones, como sucedió hace muchos años en Buenos Aires, cuando se tiró abajo parte del Cabildo para abrir la Avenida de Mayo.

También es cierto que, a veces, se vuelve a construir un edificio que ha sido demolido ya, y que no siempre tiene un gran valor para tomar la decisión de “preservarlo” y termina siendo un chiste.

A propósito, en una oportunidad el arquitecto catalán Josep Quetglas, escribió un libro titulado “El horror cristalizado” en el que relata lo inoportuno de volver a construir el Pabellón Alemán en Barcelona (1929) del arquitecto Mies van der Rohe, ya que terminó convirtiéndose en “un parque temático de apariencia miesiana”

Lo cierto es que perfectamente pueden convivir edificios con un pasado histórico y edificios contemporáneos. Esto nos está demostrando la dinámica de la ciudad que crece día a día.

El arquitecto Mies decía en una oportunidad: “Es inútil escoger el uso de formas del pasado en nuestra arquitectura. Incluso el más fuerte talento artístico fracasará en este intento. Una y otra vez vemos arquitectos de talento que fracasan porque su obra no está a tono con su época. En última instancia, pese a sus grandes condiciones, son aficionados; no cambia nada que se equivoquen entusiásticamente. Es una cuestión de principios. Es imposible ir hacia adelante y mirar hacia atrás; quien vive en el pasado no puede avanzar.”

La verdad, es que estamos en estos tiempos que nos toca vivir. Con las ventajas y desventajas que tenemos. Quizás por eso la Pirámide del Louvre del arquitecto Pei hace honor a las profundas palabras de San Agustín: “lo bello es el resplandor de la verdad”

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