Berlín y su muro

La construcción del muro en 1961 dividiendo a lo largo la calle de la ciudad. Para un país la calzada y para el otro la acera…

Octubre de 1989 no era el mejor momento para entrar en coma si vivías en Alemania Oriental y eso es precisamente lo que le ocurre a la madre de Alex, una mujer orgullosa de sus ideas socialistas. Alex se ve envuelto en una complicada situación cuando su madre despierta de repente ocho meses después. Ninguna otra cosa podría afectar tanto a su madre como la caída del Muro de Berlín y el triunfo del capitalismo en su amada Alemania Oriental. Para salvar a su madre, Alex convierte el departamento familiar en una isla anclada en el pasado, una especie de museo del socialismo en el que su madre vive cómodamente creyendo que nada ha cambiado. Lo que empieza como una pequeña mentira piadosa se convierte en una gran estafa cuando la hermana de Alex y algunos vecinos se encargan de mantener la farsa para que la madre de Alex siga creyendo que al final ¡Lenin venció!

Contarles hoy a los veinteañeros este argumento que acaban de leer en el párrafo anterior y que corresponde a la película “Good Bye Lenin”, del director Wolfgang Becker filmada en 2003, suena al género de la comedia, cuando en realidad fue una tragedia. Que en una ciudad exista un muro que la divida por la mitad, podría moverlos a una risa descarada por lo ridículo que supondría la sola idea de hacerlo… Pero, trágicamente, fue cierto. La locura de los políticos, una vez concluida la Segunda Guerra Mundial, los llevó a partir una ciudad al medio, algo que hoy parece literalmente: absurdo.

Berlín, fundada en 1237, está localizada al noreste del país, a escasos 70 km de la frontera con Polonia y está atravesada por los ríos Spree y Havel. Después de la Segunda Guerra Mundial, la ciudad fue dividida; la parte este se convirtió en la capital de Alemania Oriental, mientras que la parte oeste se convirtió en un enclave de la Alemania Occidental.

En 1961, la Alemania del Este construyó el denominado muro de Berlín para separar las dos partes de la ciudad, y de hecho para aislar a Berlín Oeste, con el fin de acabar con la emigración de alemanes del este hacia el oeste. El muro, que contaba con un total de 144 km, fue uno de los símbolos más conocidos de la Guerra Fría y de la partición de Alemania. Muchas personas murieron en el intento de superar la dura vigilancia de los guardias fronterizos de la Alemania comunista cuando se dirigían al sector occidental.

Gracias a la “blandura” de Gorbachov, los berlineses se animaron a derribar la pared que separaba física y emocionalmente a su ciudad. Muchos nos conmovimos al ver por la televisión a familias enteras reencontrarse después de décadas de separación obligada.

Durante muchos años nos contaron la historia de que Berlín Oeste era el ejemplo de la ciudad moderna y pujante, con una arquitectura contemporánea en acero y vidrio, dejando sólo algunas ruinas de los edificios bombardeados como ejemplo de lo que pasa cuando nos sometemos a la estupidez de una guerra.

Pero el autor de esta nota debe confesarles también que, al ver la ciudad comunista, una vez derribado el muro, quedó sorprendido gratamente de su arquitectura absolutamente restaurada de las ruinas, después de la Gran Guerra; comprendiendo que la Berlín del Este, por el sólo hecho de ser socialista, no era el mal ejemplo.

El siglo XX terminó aquel 9 de noviembre de 1989. La imagen de los berlineses derribando las paredes de la insensatez, jamás podrán borrarse de nuestras mentes.

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