
Hace unos días caminaba por calle Rivadavia y llegando a República me detuve a tomar la foto que ilustra esta nota. En la imagen se puede ver cómo están renovando los carteles del negocio de la esquina mencionada.
Durante unos minutos, que duró la operación del reemplazo, pude apreciar el frente original de la propiedad. Pero también pude observar que, sobre la fachada, cuelgan una serie de elementos que la distorsionan.
Pensé, mientras registraba la imagen, qué distintas serían todas las fachadas que dan a la plaza principal sino estuvieran llenas de carteles, toldos, cables, marquesinas, etc., que las afean tanto.
El turista que visita una ciudad del norte argentino quiere ver su arquitectura, que es, precisamente, el testimonio de su historia. ¿Existen ordenanzas que prohíban que las fachadas de nuestra ciudad se vean invadidas por el mal gusto? Y si es así, ¿por qué no se cumplen?
¡Qué fea está nuestra plaza principal! La platabanda de la calle Rivadavia ayuda a enfatizar el desprecio por un espacio público tan caro a los vecinos de nuestra ciudad. Y, además, la calle República nunca pudo concretar el proyecto de poner en condiciones su frente sobre la plaza.
Por otro lado, la gente que viene caminando por la peatonal Rivadavia, de sur a norte, desemboca en el caos. El automóvil tiene el control total del espacio principal de la ciudad. La vereda, al frente de la plaza, es tan angosta con respecto a la peatonal, que distorsiona la idea de que el peatón es el dueño de la ciudad.
Tomar cartas en el asunto
Es muy concreto y práctico lo que se debe hacer: retirar los carteles y las marquesinas viejas y oxidadas, enterrar en ductos los cables aéreos, arreglar las veredas dándoles unidad, construir rampas con un criterio de accesibilidad desapercibida, colocar luminarias contemporáneas (no mamarrachos neocoloniales), pintar las paredes armónicamente entre sí, plantar árboles para que las mesas de los bares disfruten de su sombra, colocar sombrillas que den sensación de frescura, etc.
Los costos de esta puesta en valor patrimonial, deberá consensuarse entre los vecinos que tienen negocios en el lugar y el Estado municipal. A la larga, redundará en más ventas, ya que el turista disfrutará de la plaza.
Cuando los visitantes llegan a nuestra ciudad, no lo hacen solamente para ver edificios. Éstos vienen a conocer nuestro medio cultural, a saber cómo somos, cómo vivimos, qué hacemos. Al recorrer sus espacios públicos abiertos, interconectados por sus calles, delimitados por sus fachadas, aprehenden la trama de la vida cotidiana de la ciudad.
Se necesita un cambio de mentalidad en la forma de afrontar los problemas de la ciudad. La plaza es el espacio por excelencia para el encuentro; donde se da la vida pública.
Las próximas autoridades municipales, prontas a asumir, deberán tomar cartas en este asunto y devolver, por fin, el carácter que debe tener la plaza principal. Las fachadas de este espacio público central son el límite físico, y por lo tanto, deben ser tratadas con armonía.