Un arquitecto jovencito decía los otros días, casi al borde de la angustia “¡Por Dios… quiero hablar de arquitectura!” Lo decía con la desesperación de la certera convicción de la concreción inmediata de las cosas de la vida, devorándose a ésta apasionadamente, como suponemos que lo debería hacer cualquier chica o chico de 25 años. El gran poeta y cantautor Victor Heredia lo sintetiza muy bien en una de sus canciones “Tengo la esperma urgente…” Y es que al final de cuentas, como nos alecciona aquella serie televisiva de HBO “todos vamos a terminar dos metros bajos tierra…” No podemos pasar por esta vida sin pasión.
Los grandes avances en el mundo de la arquitectura se han producido, precisamente, por la postura crítica frente a los problemas a resolver y con actitudes verdaderamente transformadoras y de vanguardia.
Este joven arquitecto, comprende que la Escuela de Arquitectura en la que se formó, pertenece a una de las tantas de nuestras universidades argentinas, que como muchas, han sido destruidas durante la pasada década de los noventa. Sabe del déficit en su formación. Sabe que en la profesión del arquitecto, la solución no es la “especialización” sino la visión integral del arquitecto. Sabe que el arquitecto hace ciudad y no puntualmente un edificio.
Esta reflexión la hizo en medio de un hecho inédito entre los arquitectos del medio, cual fue la mediatización de la campaña para renovar el Consejo Directivo de la Unión de Arquitectos de Catamarca. Institución ésta, encargada de controlar la matrícula profesional de los arquitectos.
Un retiro espiritual
Nos viene a la mente también, el comentario de un arquitecto amigo (un poco más grande que el joven citado recién) quien reflexiona sobre dos hechos que le tocaron vivir en la vida y que los unió para dar explicación a la “formación continua”, tan necesaria en nuestra vida profesional.
Este arquitecto, ante una situación límite, sigue el consejo de un médico, quién lo guía por la sana rutina del ejercicio físico y a partir de ese momento comprende la importancia de la actividad física para mejorar su salud.
Este colega, también, consulta una vez a un sacerdote amigo, acerca de sí tiene sentido la existencia de los conventos de clausura. Él le dice que son el tesoro de la iglesia, «allí los monjes oran por nosotros», enfatiza. El profesional piensa en su respuesta y a partir de ese momento comprende la importancia de estos ámbitos religiosos.
El arquitecto comprende a lo largo de los años, algo que es obvio, así como es importante el ejercicio físico ya que, gracias a éste, mantenemos saludable el cuerpo, también es importante el ejercicio espiritual ya que, gracias a éste, mantenemos saludable el alma…
Algo parecido pasa con los arquitectos. La rutinaria de nuestro oficio, llevando adelante el estudio de arquitectura, buscando proyectos, elaborando presupuestos, relacionándonos con nuestros clientes, el contacto traumático y maravilloso a la vez con la obra, por citar solamente algunos aspectos, nos mantiene saludables en el ejercicio de nuestra profesión.
Pero… ¿Qué pasa con el alma de un arquitecto si no hay lugar para la reflexión? ¿No es hora, llegado cierto momento de nuestra vida profesional, plantearse la necesidad de realizar “retiros espirituales-profesionales”? Es ahí cuando recordamos lo que le dice al arquitecto su amigo cura… Entonces piensa si no vale la pena comparar los “ámbitos de debates de ideas” con los conventos… Y cree que sí… En estos foros se cuida nuestra profesión… Allí está el mundo de las ideas, incontaminado, cristalino. Allí todo tiene su justo nombre… Allí cuidan que no olvidemos a los grandes arquitectos y a los no tan grandes. Allí rescatan del anonimato a los buenos arquitectos desconocidos. Allí está el tesoro de nuestra profesión… Allí «oran» por nosotros… ¿Acaso no son, para los arquitectos, los lugares donde nos juntamos a hablar de arquitectura, “lugares santos” para la arquitectura?…
Este arquitecto reflexiona que los lugares de encuentro para pensar la arquitectura en una ciudad, son como retiros espirituales que nos permiten tomar posición frente a los problemas de la misma. Este arquitecto se da cuenta que sus palabras tienen sentido ahora. No podemos olvidar que somos arquitectos y que debemos seguir pensando, reflexionando, analizando la arquitectura. Sólo así seremos arquitectos honestos e insertos en la realidad que nos toca actuar, con compromiso y disciplina…
Familias endogámicas
Escribió una vez el arquitecto catalán Francisco Barba Corsini: “El único sujeto de la arquitectura es el hombre y el objetivo es hacerle más feliz. La Arquitectura debe primero funcionar y luego emocionar; la técnica es sólo un medio y la mejor arquitectura es la Naturaleza, a la que hay que acercarse. Lo fundamental es tranquilizar la vida humana en las ciudades, con la arquitectura”.
Las ciudades son fundamentales para responder con eficacia uno de los problemas más graves que enfrentamos: la exclusión de los sectores más desfavorecidos de la sociedad. La arquitectura y los arquitectos juegan un rol fundamental. Los arquitectos debemos estar preparados para ello, por lo tanto debemos “reciclarnos” continuamente.
Decía los otros días el reconocido arquitecto Ricardo Palacios (en un reportaje que le hicimos en el programa de Radio Unión “A vos, Ciudad”) que casi todos los colegios profesionales del país, padecen hoy en día una fuerte injerencia del Estado en los mismos, impidiendo que se produzca lo más sublime (en el caso de los arquitectos) que es “hablar de arquitectura”.
En honor al pensamiento de las dos generaciones de arquitectos citadas en esta columna, tenemos que recordar, que en la institución que nos agrupa, no se debe hablar de otra cosa que no sea “Arquitectura”. Cuando el Estado se mezcla con estas instituciones, pasa lo mismo que con las familias endogámicas: corren el riesgo de enfermarse todos los integrantes que componen la misma.