El arquitecto finlandés Alvar Aalto (1898–1976) supo integrar sus obras con armonía en el paisaje, formando con éste un conjunto arquitectónico. Seguidor convencido de la arquitectura orgánica, fue uno de los primeros y más influyentes arquitectos del Movimiento Moderno escandinavo.
Su compromiso con la arquitectura quedó plasmado en uno de sus pensamientos: “involucrarse en arquitectura es algo que exige y llena toda la vida, no hay principio ni fin…”
El maestro nórdico creía que todos los problemas de la humanidad se resolverían con la arquitectura. Tal vez, podemos decir que es medio exagerada su afirmación. Pero si nos ubicamos en el contexto del tiempo–lugar en el que le tocó actuar (un país como Finlandia, desbastado por la pobreza que dejaron las guerras y el dominio ruso a principios del siglo XX) comprenderemos que no estaba equivocado.
Alvar Aalto tuvo la voluntad de relacionar el hombre, la naturaleza y la arquitectura. Quizás todavía podamos aprender de él, que la arquitectura tiene un fin más allá de los fuegos de artificio que tan a menudo explotan entre las páginas de nuestras revistas de arquitectura.
Aalto concebía el asentamiento del hombre en un territorio como un problema global. No es posible entender la relación que propone del hombre y la edificación con el medio ambiente sin considerarlo como una parte más del urbanismo que concebía.
Lo orgánico en la arquitectura
Se piensa que el Maestro, cuando hablaba de arquitectura orgánica, se refería a una simple relación entre la arquitectura y la biología. Pero quizás, él trataba de diferenciarse del funcionalismo duro de la primera época del Movimiento Moderno. Esto queda claro cuando dice: “necesitamos contemplar la sociedad de una forma más orgánica que hasta ahora, hemos de poner en el primer plano al hombre y a sus necesidades vitales y a su servicio los medios técnicos y trabajos organizativos”.
Este concepto, manifestado por él, es básico para poder entender su arquitectura trasladado al hecho urbano: “La planificación urbanística ha de crear en vez de esquematismo, una auténtica libertad de crecer; debe ser un sistema flexible, mediante el cual se regularice el crecimiento de las comunidades que atañan a los grupos humanos”.
Lo orgánico en lo urbano
Vemos entonces, como el pensamiento de Aalto sobre la ciudad, se vincula perfectamente con su idea de una arquitectura orgánica, que decantó en su conferencia “Habitar mejor” que brindó en 1957:
“En países como Finlandia, la gente suele ser provinciana; queremos copiar lo que se hace en el gran mundo. En nuestros países todavía está de moda el imitar a Hollywood, la ciudad con la edificación más mediocre que conozco. Y esto ocurre pese a que los finlandeses disponen, por su medio natural, de condiciones inmejorables para desarrollar óptimamente la construcción según una planificación razonable.
“La vida humana contiene en la misma medida tradición y nueva creación. No se puede arrojar la tradición a la basura diciendo que es algo archiviejo que debe reemplazarse por algo nuevo. La continuidad sigue siendo imprescindible en la vida del hombre. Las ciudades antiguas pueden combinarse perfectamente con una buena planificación, y con una integración en la naturaleza. No hay duda de que es una tarea muy difícil, pero realizable”.
La vigencia del mensaje de Alvar Aalto resulta hoy, en los comienzos de este nuevo milenio, incuestionable. Nos da una lección de humanidad. Él confiaba en que los arquitectos finlandeses habían sabido servir a la sociedad: “Los arquitectos de mi país no han sido unos sumisos lacayos, sino que han sabido activar lo más trascendental y fundamental de nuestra cultura”.