A lo largo del tiempo se fue instalando la idea de que el Movimiento Moderno se encarga, sistemáticamente, de destruir las ciudades en el siglo XX. Además se señala a Brasilia como el modelo de ciudad construida por los arquitectos de este Movimiento, dejando en evidencia el fracaso de sus postulados. Nada más alejado de la realidad cuando queremos simplificar las cosas y buscar pronto un culpable, en un rápido juicio de la historia.
En el siglo XIX, la gran mayoría de las personas de la Europa occidental, vivían en la pobreza, en ciudades sucias, en edificios en los que no entraban ni la luz ni el aire natural, producto de la especulación inmobiliaria en el uso del suelo para poder así hacinar a la mano de obra barata de las industrias, que constituían su paisaje urbano.
Cuando leemos a Charles Dickens a través de Oliver Twist o David Copperfield, vemos cómo describe la vida desdichada en las ciudades, pintándolas oscuras, sucias, con gente infeliz vagando por sus calles en contrapartida de la vida en el campo donde los niños son felices, en escenarios que transcurren en jornadas plenas de sol.
Dickens no esta alejado de la realidad cuando habla de las ciudades industriales, en las que la máquina y el capitalismo desenfrenado vienen para producir una terrible desigualdad en la humanidad, para que unos pocos vivan en la abundancia y muchos otros vivan en la miseria.
En este contexto, los hombres del Movimiento Moderno –en el caldo de cultivo de nuevas ideas progresistas– veían que otra ciudad era posible. Y es así como comienzan a hacer propuestas de racionalización de la ciudad industrial sin disolver a la ciudad tradicional.
Los arquitectos del MM no están en contra de la ciudad renacentista o barroca –a las que aprecian y valoran por su calidad– sino que detestan a la ciudad industrial, ya que destruye la historia y vuelve miserable la vida de sus habitantes.
Cuando Le Corbusier plantea su ciudad contemporánea de tres millones de habitantes en 1922, no desconoce a la ciudad compacta histórica que siempre tuvieron en mente los europeos, inclusive sus edificios nos remiten a las torres de las ciudades medievales.
Cuando unos años después, en 1925, Hilberseimer presenta su modelo de ciudad vertical, hace lo mismo que Le Corbusier, pero inclusive llegando a superarlo intelectualmente en su planteo. El arquitecto-urbanista alemán –socio en las ideas con Mies van der Rohe– deja en claro que en un mismo edificio se puede dar el trabajo y la vivienda, para que la gente que vive en las grandes ciudades, evite su desplazamiento.
La mala fama del MM en ámbitos académicos
El MM no disuelve la ciudad tradicional, propone, en cambio, la racionalización de la ciudad industrial y establece nexos entre la ciudad moderna y la tradición urbana.
Cuando entre 1955 y 1963, Hilberseimer y Mies van der Rohe, construyen en Detroit el barrio Lafayette Park, tienen presentes los ideales del Movimiento Moderno para la ciudad, resultando del estudio consciente a lo largo de sus vidas.
Los alumnos de las escuelas de arquitectura, deben comprender y no caer en el error que se plantea en ámbitos académicos –que excluyen los nuevos paradigmas de la enseñanza, quizás por inseguridad– de que todos los males de las ciudades contemporáneas hay que remitirlos a la ciudad moderna. Nada más alejado de la verdad.
Como dice el arquitecto catalán Carlos Martí Aris, profesor de la Escuela de Arquitectura de Barcelona: “La ciudad moderna no se ha construido, tan sólo existe, como virtualidad, en la suma de aportaciones que configuran la cultura urbana del siglo XX, permitiéndonos seguir pensando a la ciudad moderna como aspiración y como expectativa»