En la película El quinto elemento , el director francés Luc Besson imagina una contaminada Nueva York de 2263 y ubica en ella a un taxista (Bruce Willis, como Korben Dallas) que maneja autos muy parecidos a los actuales, a excepción de que se desplazan a gran velocidad… ¡flotando entre los rascacielos!
Nadie sabe si dentro de dos siglos y medio nuestros descendientes tendrán que sacar brevet de piloto para volar de casa al trabajo, pero hay algo seguro: si no se encuentran sistemas no contaminantes, sostenibles y que no desborden el trazado de las ciudades, el transporte urbano en las megalópolis será cientos de veces peor que en la actualidad.
En este escenario, una parte de la solución -afirma Gary Gardner, investigador del Instituto Worldwatch- parece ser la bicicleta. Al menos, es lo que demuestran países como Holanda, Dinamarca y Alemania, en cuyas ciudades más del 20 o 30% de los viajes se realizan por este medio.
Más allá del sistema parisiense, que en los últimos años puso a disposición de los transeúntes alrededor de 20.000 «bicis» ubicadas a lo largo y ancho de la ciudad en las estaciones de metro y otros puntos neurálgicos, un estudio de la Universidad de California en Berkeley calculó que ya son más de 100 los programas públicos de bicicletas en 125 ciudades.
En un completo artículo sobre el tema, Gardner delinea los múltiples beneficios que ofrece este medio de transporte no sólo en el plano de la movilidad, sino también en el de la salud, ya que disminuye la contaminación y reduce el sedentarismo, asociado con incontables males de la vida moderna, desde la hipertensión hasta las demencias seniles. Sin embargo, afirma Gardner, una mirada más cercana a este intríngulis indica que no basta con hacer promoción de la bicicleta para resolver nuestros inconvenientes de locomoción. Para que ésta gane espacio en las ciudades, dice Gardner, son imprescindibles políticas integrales de transporte y un balance óptimo entre los distintos medios: los peatones, los automóviles y buses, y las bicis.
Estos deben funcionar «con una dinámica similar a la de un saludable ecosistema en el que cada especie tiene un nicho y todas ellas interactúan para crear un todo eficiente, estable y productivo», afirma. Y enseguida agrega que «lo más importante es que todas estas iniciativas [desarrollo de sistemas sostenibles y programas integrados] se tomen juntas». De lo contrario, la contribución de las bicicletas a la calidad de vida de la población no sólo será modesta, sino que hasta puede terminar sumando caos a la ya compleja ecuación del transporte urbano.