Nota publicada en el diario El Esquiú el sábado 21 de noviembre de 2020
Hoy vamos a tratar un tema que tiene que ver con la sensibilidad de contar con pequeños espacios públicos de calidad en la trama de nuestra ciudad, cuando son cedidos o no desde el espacio privado.
Si caminamos por calle San Martín, en sentido oeste-este, nos encontramos, en la intersección con calle Vicario Segura, con el Seminario Mayor, obra del arquitecto Luis Caravati. El edificio forma parte de la arquitectura que, por su escala, se destaca en la ciudad, constituyéndose en uno de los íconos del paisaje urbano.
Precisamente, en la esquina mencionada, se construyó hace unos años un cerramiento que ilustra la fotografía de esta nota. Se trata de una pared hecha con ladrillos comunes y piedra, que reemplaza otra vieja de adobe que había antes.
Lo que quizás no recuerde el lector es que, en lugar de esa nueva pared, se iba a construir una plazoleta. De haberse hecho, se hubiera cedido a todos los vecinos de nuestra ciudad un hermoso espacio público. El proyecto se abortó por una playa de estacionamiento y, lamentablemente, nos quedamos sin la posibilidad de contar con un lugar que iba a dialogar con la arquitectura de Caravati en la ciudad. Mientras escribo estas líneas, vienen a mi mente dos ejemplos de aportes realizados a favor del espacio público de una ciudad, en distintas escalas.
El primer caso, el Edificio Seagram en Nueva York, diseñado y construido entre 1954 y 1958 por el arquitecto Mies van der Rohe. Esta obra está situada en Park Avenue, en pleno barrio de negocios de Manhattan. El edificio está retrasado con respecto a la alineación de las demás construcciones, se levanta sobre una terraza que lo rodea y está delimitado por la avenida y dos calles laterales. Esta solución da una majestuosidad extraordinaria.
Pero más allá de esta somera descripción de la torre, hay que destacar la plaza que deja sobre la avenida. Este espacio cedido al uso público –en un sector de la ciudad en el que los terrenos son los más caros del mundo– demuestran una sensibilidad muy especial que lo distingue de otros profesionales que hicieron un uso especulativo de la tierra en el lugar.
El segundo caso, la propuesta de un estudiante de Arquitectura de una Universidad Pública Argentina. Él pensó en una situación de ocupación del suelo en esquina, ante el problema de diseñar una pequeña vivienda, asumiendo una actitud diferente.
En el sitio donde debía desarrollar el ejercicio proyectual, se encuentra un inmenso árbol. Carlos –el joven estudiante– lo cedió al espacio público, retranqueando la pared que cierra el espacio privado de la casa. Llega a colocar, inclusive, un par de asientos para que los vecinos puedan disfrutar de su sombra.
Con absoluta generosidad, el estudiante piensa cómo hacer para que ese hermoso árbol pueda formar parte del vecindario, sacrificando su uso privado. Además, piensa cómo convencer al usuario de la actitud que debemos tomar con nuestro espacio privado en relación con la ciudad, constituyendo un ejemplo paradigmático.
Mientras re-pienso esta nota, reflexiono sobre la actitud miserable de quienes tomaron la decisión de volver a construir la pared en el Seminario Mayor para habilitar una playa de estacionamiento y no ceder al espacio público aquella plazoleta proyectada, que hubiera ayudado a jerarquizar semejante obra patrimonial de la ciudad.
Como dice Julio Ladizesky: “El espacio colectivo sufre una transformación profunda y desfavorable impuesta por la avasallante irrupción del automóvil y las malformaciones emergentes de la cultura del mercado, que derivan al habitante urbano hacia formas de vida carentes de solidaridad y bajo nivel de ciudadanía”.
Considerando las escalas de las dos esquinas, de la vivienda del estudiante y la playa de estacionamiento del seminario, no podemos dejar de sorprendernos de la enseñanza que nos deja el joven y la mezquindad de otros.
Por Basilio Bomczuk, arquitecto