Sobre las consecuencias de los errores urbanos

PUERTO MADERO. Los trabajos en el dique 2 de Puerto Madero en 1890. A los 20 años quedó obsoleto y se construyó Puerto Nuevo (Archivo General de la Nación).
PUERTO MADERO. Los trabajos en el dique 2 de Puerto Madero en 1890. A los 20 años quedó obsoleto y se construyó Puerto Nuevo (Archivo General de la Nación).

Puerto Madero, el puerto que no fue puerto y la convivencia entre Ezeiza y el Aeroparque ilustran la cuestión de la invisibilidad de los fracasos de la planificación en la ciudad de Buenos Aires.

Los errores urbanos terminan siendo invisibles: con el tiempo, te acostumbrás a padecerlos y te olvidás de que las cosas podrían ser mejores. Pero, aunque parezca mentira, muchas equivocaciones no son producto de la ignorancia o la mala suerte, sino de intereses económicos o desacuerdos políticos.

La construcción de Puerto Madero, por ejemplo, fue un enorme negocio. Ojo, no hablo del emprendimiento que todos conocemos, sino del puerto abandonado que ocupaba ese lugar antes de convertirse en el barrio más exclusivo de Buenos Aires. Hace 130 años, el Gobierno nacional decidió construir un puerto moderno en la ciudad capital. Entonces había dos proyectos en danza: el del comerciante Eduardo Madero y el del ingeniero Luis Huergo. Este proponía un puerto en forma de peine con sus dientes (muelles) mirando al río. Sus dársenas abiertas se podían multiplicar avanzando desde La Boca hacia el Norte a lo largo de la ribera. Por el contrario, la iniciativa de Madero consistía en rellenar toooda la costa frente a Buenos Aires, desde avenida Córdoba hasta el Riachuelo, para encerrar cuatro diques, uno detrás del otro, conectados al Río de la Plata en sus extremos Norte y Sur.

Como te habrás dado cuenta, el proyecto de Madero es el que finalmente se construyó, y eso que era el más caro y complicado. La suerte lo favoreció por dos razones: Madero consiguió financiamiento internacional para su obra porque, entre otras cosas, era sobrino del vicepresidente de Julio A. Roca. El asunto es que antes de cumplir los quince años, el “moderno” puerto de Madero quedó obsoleto. Como se preveía, los barcos aumentaron de tamaño.

El Estado tuvo que construir lo que hoy llamamos Puerto Nuevo, esta vez, siguiendo las ideas de Huergo. La obra de Madero costó millones, apenas se pudo usar, permaneció abandonada durante más de 70 años y clausuró toda posibilidad de mejorar la relación de Buenos Aires con su río.

Pero esperá, no todos los errores urbanos nacen de negociados públicos, también la competencia política trae consecuencias. Por ejemplo: Aeroparque. En 1935, se decidió la construcción de un aeropuerto en Buenos Aires y se empezó a discutir su ubicación. Unos lo querían a la vera del río y hasta había quienes querían hacer una aeroisla. Sí, como la que reflotó Menem en los 90. El asunto es que casi todos los porteños querían que la principal estación aérea del país estuviera en territorio de la Capital Federal. Por otro lado, estaban los que decían: tenemos que hacer un aeropuerto grande y moderno, y en la ciudad no hay suficiente espacio. Para 1945, el ministro de Obras Públicas, Juan Pistarini, ganó la pulseada y se empezó Ezeiza, a 35 kilómetros de Buenos Aires, en su momento, el aeropuerto más grande del mundo. La obra incluyó una autopista, viviendas, balnearios, instalaciones deportivas y extensas forestaciones. Toda una operación urbana a gran escala.

Hasta ahí, todo bien. El problema es que los partidarios del aeropuerto en la ciudad no se dieron por vencidos. Alrededor de 1946, alentaron la construcción de una pequeña aerostación militar en Costanera Norte. Después, poco a poco, convirtieron a Aeroparque en el aeropuerto porteño de cabotaje. Vos dirás: Aeroparque es más cómodo que Ezeiza porque está más cerca. Sí, tenés razón, pero también es más peligroso y molesto. Si no, preguntale a los profesores de la Ciudad Universitaria que tienen que callarse cada vez que pasa un avión. Ahora, es cierto que la Ciudad Universitaria se hizo después que Aeroparque. Pero ¿sabés qué pasa?, un error urbano trae otro montón de fracasos y llega el punto en el que nadie sabe quién la pifió primero.

Por MIGUEL JURADO. Publicado en Clarín Arquitectura.

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