La semana pasada, quien escribe esta nota, junto a la arquitecta Patricia Rodríguez Anido, le tocó integrar el tribunal examinador que debía evaluar a un alumno que presentaba su proyecto final para obtener el título de arquitecto, en la Escuela de Arquitectura de la Universidad Nacional de La Rioja.
Decidir qué nota se le pone a un alumno a punto de graduarse, es bastante extraño. Le pregunté entonces a la arquitecta que integraba el jurado –con una larga experiencia en la docencia universitaria– cómo se hacía para calificar en estos casos. Y ella me respondió con un pensamiento de otro profesor de la Facultad de Arquitectura de la Universidad Nacional de Tucumán, el arquitecto Polo Casen, quien le dijo una vez: “el alumno, en una situación así, ya está en un camino sin retorno… ya es un colega…”
¿Que quiso decir el arquitecto? Pues, que el trabajo del alumno que hace el proyecto final, es probable que pueda seguir evolucionando, que pueda seguir habiendo “crítica y proyecto”, pero que la hora en la que debe recibirse llegó. En otras palabras: que lo que cuenta es, ante todo, la “actitud” del alumno, confiando que será la misma que tendrá en su vida profesional que ya comienza.
La enseñanza en los talleres de arquitectura es algo sumamente interesante y enriquecedor, tanto para los alumnos como para los docentes que integran la cátedra. Aquí, el docente no es una autoridad a la que todos acatan. No es válida la actitud soberbia del “yo se… y ustedes deben llegar…” En el taller de arquitectura, sucede otra cosa, se parte de la base de que todos somos inteligentes y que se debe tender a la “emancipación del alumno”
Es en el taller de arquitectura donde puede abrazarse la adopción de los paradigmas que se pretenden para la educación superior del siglo XXI: del “aprender a aprender”, del “aprender a emprender” y del “aprender a desaprender”. La enseñanza y el aprendizaje en el ámbito de los talleres de arquitectura, siempre nos lleva a plantear un trabajo libre y participativo entre todos.
El caso Fabricio
Suena a policiales, pero no es así, ya que se trata solamente de un caso que, como muchos otros, se da en la Escuela de Arquitectura de la UNLaR. Fabricio Moreno se recibió de arquitecto la semana pasada con el diseño de un hotel en las Termas de Santa Teresita en la provincia de La Rioja.
En un trabajo en solitario, con la crítica de los docentes y la suya, planteó un edificio que él sabe que constituye solamente un ejercicio para aprender a encontrar el camino para afrontar los problemas de diseño en la arquitectura.
Tomando el puente de un ferrocarril que ya no existe, producto de la esquizofrenia de los políticos de este país, armó un hotel con un spa, aprovechando las virtudes de las aguas termales de la zona.
Para un lado, están el spa y las áreas sociales del hotel, como restorán, bar y canchas de tenis y para el otro lado, las áreas de descanso con las habitaciones. Todo esto, vinculado con el viejo puente reciclado, que así, toma vida nuevamente y vuelve a la memoria de la gente del lugar. Como toma vida la idea de incorporar en el hotel, los talleres para tejido y actividades artesanales que sirven al turista para tomar clases y aprender las técnicas ancestrales del lugar.
Este novel arquitecto, como las jóvenes arquitectas Virginia Salvadeo y Aldana Silfeni, integra la cátedra del Taller de Diseño Arquitectónico V, constituyendo –con otros tantos nuevos docentes de la Escuela de Arquitectura de la UNLaR– la esperanza de la institución.
Sabemos que los grandes problemas del medio, como la pobreza, exclusión, hambre o malnutrición, la vulnerabilidad social, entre otros, no pueden ser resueltos por un solo actor social. El Estado, las empresas, las universidades y otros actores sociales deben generen alianzas permanentes que posibiliten superarlos. Estos jóvenes arquitectos están expectantes, para contribuir desde el lugar que les toque…
Interesante, comprometido, jugado…como debe ser la actitud profesional siempre.
Basilio, muy buena la nota. Realmente es así, de acuerdo como uno se pare en la «cancha», se para en la vida. La facultad no es mas que una ante sala a la realidad que es la calle; un mundo de autogestión, en donde debemos demostrar con ACTITUD cada cosa, para asi poder conseguir lo que se busca. El miedo solo lleva al fracaso.
Gracias por esas palabras a veces no nos damos cuenta que la arquitectura se debe DISFRUTAR y no sufrirla me pasa mucho como estudiante, es REFRESCANTE SU REFLEXION