Hablemos de la Manzana del Turismo

Nota publicada en el diario El Esquiú el sábado 17 de octubre de 2020

Hace unos días veíamos por las redes sociales el derribo de uno de los edificios que conforman el predio de la (¿ex?) Manzana del Turismo, de la ciudad de San Fernando del Valle de Catamarca.

La demolición, que vimos en directo por las redes sociales, generó sentimientos raros. Un vecino dijo que mientras miraba la demolición pensaba que es la vida misma: “como una persona a la que no queríamos del todo y a la que teníamos que cuidar”. Este comentario, refleja crudamente el pensamiento de las personas que pasaban por el lugar y se lamentaban del estado en el que estaba, más allá de algunas lavadas de cara que se hicieron en el tiempo.

Los locales que daban a la calle General Roca fueron llenándose de divisiones internas haciendo imposible la circulación y permanencia de los mismos empleados. Tal vez, lo óptimo hubiera sido, en su momento, abrir las fachadas norte y sur, vinculando generosamente las visuales de las oficinas con la calle y el corazón de manzana.

Recordemos que en su momento se proyectó el traslado de la Fiesta Nacional e Internacional del Poncho a otro lugar, ya que esa manzana no tenía espacio suficiente para albergar semejante festejo. Esto pudo concretarse al actual Predio Ferial, que le dio otra impronta.

Quizás ahí la Manzana del Turismo perdió toda esa energía que despertaba cada vez que se anunciaban los preparativos de una nueva fiesta y que culminaba con los diez días de alegre convivencia que se trasladaba a toda la ciudad con artesanos, artistas, vecinos y turistas.

Hagamos el ejercicio de imaginar qué sucede en la ciudad de Río de Janeiro cuando culmina su carnaval; distinguido por la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia, y la Cultura (UNESCO), como Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad.

En esa ciudad el arquitecto Oscar Niemeyer diseñó un espacio especialmente preparado, que el municipio construyó y denominó Sambódromo del Marqués de Sapucaí. Las instalaciones de éste, cuando termina el carnaval, funcionan todo el año con locales de gastronomía, venta de productos típicos y se realizan espectáculos que recuerdan constantemente el festejo carioca.

“La arquitectura es la voluntad de la época traducida a espacio”. La frase es del arquitecto Mies van der Rohe y refleja un poco lo que pasó al decidir el traslado del Poncho al actual Predio Ferial y lo que viene ahora ante el hecho consumado de lo que ya no existe físicamente. La arquitectura que se erija en la ex Manzana del Turismo tendrá que recordarnos, también, “el espíritu del lugar”, o lo vivido por nuestros corazones en ese predio.

Los arquitectos que están trabajando en lo que vendrá habrán evaluado, muy probablemente, si es conveniente dejar el vacío como espacio público (a veces tan necesario en ciudades como las nuestras que se van densificando vertiginosamente) con una arquitectura que genere espacios para la vida y la cultura alternativa de la ciudad y que honre el recuerdo de los catamarqueños que soñaron nuestra fiesta mayor.

La diputada provincial Natalia Ponferrada hace unos días nos dejó una reflexión, cuando la entrevistamos en nuestro programa de radio, sobre un problema constante en nuestra sociedad, como es la demolición sistemática de lo heredado.

“Existe un grave error conceptual, cuando la mayoría de los proyectos de ley declaran patrimonio histórico y cultural a algún bien, ya que el Patrimonio no se declara por ley. El Patrimonio es patrimonio por la valoración, por la referencia que ese bien significa a la comunidad, a una sociedad, a una nación y que esa sociedad otorga a ese bien. Lo que una ley declara es monumento, lugar, sitio, paisaje cultural, itinerario cultural, etc; pero el Patrimonio, conceptualmente, es lo que heredamos”.

Creemos que no hace falta agregar nada mas. Lo vinculamos al comentario del lector sobre la vida, dejando un interrogante que nos preocupa: ¿qué valor le damos como sociedad a lo que tenemos, a lo que nos da identidad, a lo que nos permite sentirnos orgullosos de ser?

Por Basilio Bomczuk, arquitecto

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