En este verano tuve la oportunidad de regresar a la ciudad brasileña de Curitiba. Ya había estado allí hace tres años y sirve para repensar con los amigos de esta columna los temas de la ciudad.
Apenas llegué a la capital del estado de Paraná me subí a un ómnibus de la Línea Turismo que, con un trayecto especial, circula por los principales puntos turísticos de su trama urbana. Así es posible visitar los parques, plazas y atracciones de la ciudad. Considerado unos de los mejores del país, la Línea Turismo circula cada treinta minutos, haciendo un recorrido de 46 kilómetros en aproximadamente dos horas y media. Para mi alegría, noté que ahora los coches tienen una planta alta descapotada, que permite al pasajero tomar fotografías, como sucede en las mejores ciudades del mundo.
Ya comentamos, por este medio, el desafío asumido por los vecinos curitibanos al hacer una revolución cultural en el modo de sentir su ciudad. Curitiba es un modelo de urbanización desarrollada en un continente subdesarrollado y con grandes desigualdades sociales.
En un país en el que (según los analistas económicos y políticos) la clase media aumenta cada año, el ejemplo de Curitiba estimula aun más los cambios que son necesarios llevar adelante en otras ciudades de Brasil. Funciona así esta urbe como “modelo” o “patrón” a emular.
El arquitecto Jaime Lerner (ex alcalde la ciudad y mentor del cambio) fue muy criticado por las medidas que impulsó en el principio de su gestión y que –según los detractores, que después dejaron de serlo– sólo sirvió para llenar de flores los canteros de las rotondas. Pero lo cierto es que este político introdujo un cambio en la forma de afrontar los problemas de una ciudad. Los canteros sirvieron sólo para distraer a los enemigos del progreso y producir el cambio fundamental en todo vecino: “el de mentalidad”
Muchas veces nos cuestionamos por qué no mejoran nuestras ciudades y nos formulamos dos hipótesis. La primera, es culpar a los políticos que al llegar a la gestión no hacen lo posible para cambiar viejas prácticas. La segunda, es asumir que los vecinos de una ciudad tenemos los políticos que nos merecemos.
Ahora, si nos quedamos con la segunda alternativa ¿por qué cuando llega un político inteligente y visionario a la gestión, no hace lo posible para que la gente de esa ciudad cambie su mentalidad conservadora?
Lerner les hizo notar a sus vecinos que podían producir una “revolución cultural”. Les hizo ver que era posible cambiar la mentalidad; tener mejores gestores; transformar a la ciudad en una verdadera receptora turística y contar con mejores políticos que administren la ciudad.
Si Curitiba, que cuenta en la actualidad con casi 2.000.000 millones de habitantes, pudo transformarse, ¿cómo no puede ser posible seguir el “modelo o patrón” en ciudades que tienen menos del diez por ciento de su población?
Nuestras ciudades deberían contar con educación, salud, seguridad, deporte y ser excelentes anfitrionas turísticas para generar ingresos genuinos, sin depender de la voluntad feudal de los gobiernos de turno.
Debemos confesar que disentimos con muchos políticos y funcionarios de nuestras ciudades que consideran que hablar de Curitiba es mirar ejemplos que nos son ajenos, cuando en realidad es todo lo contrario. Debería servir para que la dirigencia no tema motivar en los vecinos una “revolución cultural en sus ciudades”
Un comentario en “Sueño de un día de verano”